La venezolana Mariela Allen deja a sus hijos en casa, toma un par de maletas vacías y sube al autobús que la llevará desde la ciudad de Guarenas, cercana a Caracas, hasta la colombiana urbe de Cúcuta, donde comprará productos diversos y alimentos que llenen su despensa todo un mes, ante la escasez y los elevados precios que alcanzó Venezuela.
En su viaje de ida y vuelta, cuyo pasaje cuesta 25 dólares, esta ama de casa de 43 años pasará más de 24 horas a bordo del autobús, que recorrerá 1.720 kilómetros y atravesará siete estados del oeste de Venezuela para llegar a Cúcuta.
“La mayoría de las cosas (que compré) están en Venezuela, pero uno no las puede comprar (allá), no te alcanza (el dinero). Por eso hacemos el sacrificio de venir”, dijo Allen a Efe mientras apilaba, ya en Cúcuta, sus compras en una plaza del centro de la ciudad colombiana, donde los venezolanos apuran el tiempo para aprovechar el viaje.
Antes de llegar allí, en el trayecto de ida de unos 860 kilómetros, la mujer disfrutó de varias paradas cortas que apenas le permitieron estirar las piernas y comer, pero no asearse o descansar.
Es la quinta vez que esta madre viaja para hacer sus compras en Cúcuta, un destino que este año se popularizó entre los venezolanos en medio de la crisis que atraviesa el país.
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Pero durante un recorrido en Cúcuta Efe no encontró en los establecimientos o expendios de calle marcas venezolanas o productos que tuvieran la inscripción “hecho para Venezuela” en los embalajes, una de las medidas que tomó el Gobierno de Maduro para atacar el contrabando.
Como resultado, marcas chinas y turcas han ganado espacio en los estantes de los establecimientos de abastos y supermercados, pero son vistas con recelo por parte de la población.
Esta desconfianza está llevando a millones de compradores a Cúcuta, una ciudad que se mueve al ritmo del comercio y que ofrece productos en los que los venezolanos confían.
El dependiente de una tienda de piezas de recambio para vehículos aseguró a Efe que siete de cada diez compradores que atiende cada día son venezolanos.
Un número menor reportan tiendas de ropa y restaurantes, pero la cifra se eleva de nuevo cuando se habla de zapaterías.
Muchos venezolanos hacen compras por montos que exceden los 500 dólares y ante la posibilidad de ser acusados de contrabandistas y perder la mercancía, se aventuran a regresar a su país por los pasos ilegales fronterizos, conocidos como “trochas”, aunque no sin cierto temor.
Entre estos viajeros está extendida la creencia de que las “trochas” son controladas por bandas criminales y disidentes de la guerrilla colombiana, una tesis que también manejan las autoridades.
Pero quienes cargan compras más modestas pueden volver caminando por el puente Tienditas, que está parcialmente bloqueado por contenedores desde febrero pasado, cuando el Gobierno de Maduro impidió el ingreso de la ayuda humanitaria que recabó el jefe del Parlamento venezolano, Juan Guaidó, a quien más de 50 países reconocen como presidente encargado.
Al regresar a San Antonio, ya en Venezuela, por pasos legales o ilegales, los venezolanos chocan de nuevo con la dura realidad de su país, lo que incluye comercios cerrados y cortes de energía eléctrica.
De camino a la capital, los autobuses son detenidos por efectivos policiales hasta media docena de veces, pero la carga es apenas inspeccionada pese a que su valor puede estimarse en varios miles de dólares y la mayoría de los productos no cuentan con permisos de venta en Venezuela.
El retorno es aún más largo -unas 18 horas-, puesto que se pierde tiempo en largas colas para surtir combustible en vista del irregular abastecimiento de carburantes en el interior del país.
Pese al agotamiento que produce el viaje, quienes lo han convertido en parte de su rutina aseguran que cada vez lo llevan mejor.
En su “puesto”, como ella misma le llama, vende chocolates, caramelos, galletas y jabones comprados en Cúcuta, un lugar al que puede acudir porque “no piden visa” a los venezolanos, como en otros destinos de la región.
“(Colombia) está más cerca y no piden visas. Para Miami tengo que tener visa”, explica Álvarez mientras vende los productos adquiridos en Cúcuta y piensa ya en el siguiente viaje al país vecino para seguir sobreviviendo en Venezuela.
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