Al son del canto del rezo del viernes que se entremezcla con los cláxones de una marea de motocicletas, cientos de libaneses se agarran a su bandera para pedir la “caída del régimen” en lo que han llamado , la“la revolución del Whatsapp” última chispa que ha provocado que se levanten contra el Gobierno.
“No hay que esperar más, se ha acabado (…) Cuando hay problemas de electricidad o de agua, eso no toca a todo el mundo, pero el Whatsapp es algo que sí afecta a todo el mundo”, afirma a Efe el joven libanés François Nur mientras se dirige a la sede del Gobierno libanés, en el centro de Beirut.
Por segundo día consecutivo centenares de personas se concentran después de que las autoridades anunciaran su intención de aprobar una tasa de 20 centavos de dólar por día a las llamadas de voz por redes sociales como WhatsApp, Facebook o Viber en un intento de aumentar los ingresos de la deteriorada economía del pequeño país mediterráneo.
Sin embargo, poco después de que cientos de personas se lanzasen a protestar por las calles de Beirut y otras ciudades del país, el Gobierno anunció que retiraba esta medida.
“Lo del Whatsapp es la chispa, el desencadenante de todo. Odiamos el sistema basado en la corrupción, el sectarismo, en el estado policial. Literalmente piensan que somos estúpidos. Todos los impuestos que nos imponen cuando no recibimos ningún servicio”, asegura a Efe Layal, de 23 años y estudiante de Derecho en Beirut.
Layal, con su melena tintada de azul eléctrico, se dirige a la concentración con su amiga esquivando los destrozos causados por las protestas del jueves junto a la simbólica Mezquita Azul, uno de los símbolos de la nación.
UN PAÍS BLOQUEADO
Manifestantes con máscaras para evitar aspirar el humo tóxico que sale de los neumáticos incendiados bloquean las calles a los vehículos mientras las fuerzas de seguridad permanecen apostados tranquilamente en los alrededores.
Destruida por la guerra civil iniciada en 1975 y que duró hasta 1990, el Líbano tiene una deuda de alrededor de 86.000 millones de dólares, lo que representa más del 150 % del PIB, una de las mayores del mundo, y su deuda soberana hace tiempo cayó por debajo del nivel del bono basura.
En este país fracturado por las tensiones sectarias latentes en cada barrio en el que se aún se sienten las cicatrices de la guerra, hay cortes diarios de electricidad, de agua y deficiencias en las infraestructuras.
La economía del país, un crisol de 18 comunidades religiosas, se ha estancado por varios motivos.
Dicen que la “carga” que ha supuesto acoger a cerca de un millón de refugiados sirios que huyeron de la guerra en su país natal desde 2011 han mermado la economía del país, pero los desacuerdos políticos para aprobar los presupuestos para 2020 mantienen bloqueados 11.000 millones de dólares comprometidos por la comunidad internacional en la conferencia de París celebrada en abril del año pasado.
Para atajar sus maltrechas arcas, el Gobierno del musulmán suní Saad Hariri también decidió aplicar una nueva tarifa a los productos del tabaco, tanto local como importado y prevé aumentar el impuesto al valor agregado (IVA) en 2 puntos en 2021 y otros 2 puntos adicionales en 2022 para alcanzar el 15 %.
EL MISMO RÉGIMEN
“Desde la guerra civil, la misma gente, el mismo régimen. Ya basta”, exclama Layal mientras prosigue su marcha hacia la concentración frente a la sede del Gobierno.
Allí se vociferaba con megáfono: “El pueblo quiere la caída del régimen”, el lema que se propagó por los países de Oriente Medio y norte de África desde diciembre de 2010 y acabó con las largas dictaduras en algunas de esas naciones, como en Túnez o Egipto, en la llamada “Primavera Árabe”.
Sola y pegando pequeños brincos ondeando la bandera rojiblanca libanesa, Nariman Hamdan, de 55 años, tiene claro que se quedará ahí hasta ver el Gobierno caer.
“Estamos aquí pidiendo a los líderes que amen nuestro país, que se sacrifiquen, no que roben nuestros recursos”, apunta a Efe mientras diferentes eslóganes se corean en contra de los dirigentes del país, cuyo presidente es el cristiano Michel Aoun.
“Estamos aquí para decirles que dejen este lugar. Para decirles que si no les gusta el país, que se vayan”, brama.