El Museo de la Comida Repugnante (Disgusting Food Musem, (DFM) abrió una nueva sede en Berlín y ha venido teniendo una particular acogida por la variedad de platos exóticos y asquientos que tienen muchas culturas en el mundo.
Ojos de oveja, vino de serpiente, sopa de tarántula o tortuga son algunos de los más de 90 platos y bebidas inusuales que pueden encontrar los visitantes de este museo y que refleja las costumbres gastronómicas que para muchos puede parecer completamente repugnante.
Las directivas del museo explicaron que el objetivo de su exhibición de platos es demostrar que si para alguien una comida puede ser considerada un manjar, para otras personas puede ser completamente asqueroso y todo depende de las costumbres alrededor del mundo.
Las instalaciones de este exótico museo quedan en el centro de Berlín y cada visitante recibirá junto a su boleta de ingreso una bolsa similar a la que reciben muchas personas que se marean en los aviones.
Lo que a algunos les hace la boca agua, hará que la próxima persona sienta náuseas, provocadas por el aspecto de un plato, el olor, el sabor o simplemente su forma. Lo que es repugnante está en los ojos y en la nariz del espectador, y este está atrapado en su cultura.
En algunas regiones de China o de Japón, por ejemplo, adoran el vino de serpiente o de ratón, mientras que en la cultura europea parece imposible consumir una bebida alcohólica que también se utiliza para preservar una pitón.
En Mongolia tienen una curiosa versión del famoso cóctel ‘Bloody Mary’: mezclan el zumo de tomate con ojos de ovejas y se convierte en un conocido remedio para las resacas en el país asiático.
Otro de las secciones que se destacan es el “altar de queso apestoso” la cual permite al visitante oler cinco quesos distintos, entre ellos, el del ‘Obispo apestoso’ (Reino Unido) que es descrito como emisor del mismo olor que “un vestuario de un equipo de rugby después de un partido”.
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El cerebro de cerdo, un ingrediente presente en todo el mundo, también es otras de las bases de platos mostrados en el peculiar museo.
Sin embargo, también hay otras exhibiciones que dejan sin aliento a muchas personas como el batido de rana, sopa de tortuga o tarántula, saltamontes, queso de ácaro, que generalmente son platos completamente extrañas a las papilas gustativas de los ciudadanos europeos.
“Hay alimentos que a veces huelen horrible, saben horrible o tienen un aspecto horrible. Y otros que no, que lo que da asco es saber cómo se producen, como por ejemplo las gominolas o gomas”, explicó Martin Völker, director del museo.
Este delicioso y colorido caramelo está hecho de gelatina, que se elabora hirviendo los desechos que se generan durante el sacrificio y procesamiento de los animales. Al hervir pieles y huesos de cerdo y ganado, se rompe el tejido de colágeno creando la apetecida gelatina.
La Junta de Agricultura de Suecia ha revelado que sus ciudadanos consumen aproximadamente 15 kilos de estos caramelos por persona al año, muchos de los cuales no saben como se fabrican.
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La comida es ordenada como si fuera un supermercado: en la entrada hay bebidas, después huevos, queso, animales, productos del mar, insectos considerados la ‘comida del futuro’, verduras, productos veganos y finalmente postres y chucherías.
Pero una zona especial de la exhibición es el ‘Menú COVID’ que cuenta con una sopa de murciélago y estofado de pangolín, animales vinculados con el posible origen del COVID-19, que son acompañados de una bebida alcohólica que se usó en Alemania contra el cólera (1831) denominada como Tinctura Amara Mampei.
Una “asquerosa” iniciativa
El primer Museo de la Comida Repugnante se inauguró en Suecia en 2018 y este sigue siendo el único museo fijo ya que existen otras exhibiciones en Nantes (Francia), Los Ángeles (California) y se abrieron nuevos locales en Berlín (Alemania) y Burdeos (Francia).
Este museo funciona con la figura de franquicia y nació con el objetivo de que las personas vivieran una experiencia particular con la comida exótica y expresaran sus opiniones sobre estos platos.
“Podemos aprender y desaprender el asco, descubrir otras culturas y otros gustos, ampliar los pequeños horizontes culinarios”, resaltó Völker.
De acuerdo con el director, la exhibición también intenta demostrar que las ideas de disgusto pueden cambiar con el tiempo. Por ejemplo, hace doscientos años la langosta era tan indeseable que solo la comían los prisioneros y esclavos pero en la actualidad es considerada un manjar.
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Sin embargo, uno de los objetivos también está enfocado en demostrar cómo se trata a los animales en la cadena de producción de alimentos y por eso al lado de la mayoría de platos hay una pantalla que muestra vídeos, por ejemplo, de como se sobrealimenta a un pato para conseguir el tradicional foie gras en Francia.
Finalmente, los visitantes del Museo de la Comida Repugnante podrán comprar algunos alimentos o consumirlos dentro de las instalaciones en donde se lleva un conteo del número de días que han estado “sin vómitos” de las osadas personas que se atreven a degustar estos exóticos platos de comida.
“Queremos que la gente se entretenga hablando de alimentos para que descubran nuevos gustos y alimentos que antes no querían comer o beber”, concluyó Völker.
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