Rusia, que desde el martes es el segundo país con más casos de COVID-19, registró nuevamente el miércoles más de 10.000 contagios adicionales, pero la mortalidad, con solo 2.212 víctimas mortales; sigue siendo baja en comparación con otros países.
El martes, varias regiones de Rusia, menos afectadas por la epidemia del coronavirus que la capital, permitieron la reapertura de algunos comercios; pero la mayoría de los lugares públicos permanecen cerrados, incluidos los restaurantes.
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Las industrias y los astilleros de Rusia también han vuelto a trabajar, incluso en Moscú, principal foco de la epidemia del COVID-19 y que sigue sometida a un confinamiento casi general; aunque no siempre se respeta estrictamente.
Rusia asegura que su baja mortalidad se debe principalmente a sus medidas preventivas, como la detección masiva para aislar los casos sospechosos de COVID-19. Además, en marzo ordenó el confinamiento de los viajeros procedentes de los países afectados y de las poblaciones en riesgo y reorganizó su sistema hospitalario.
Sin embargo, los críticos consideran que la mortalidad está subestimada, y sospechan que las autoridades de Rusia atribuyen otras causas a muertes de pacientes de COVID-19.
Por otra parte, unos 1.500 pacientes infectados con COVID-19 están en cuidados intensivos y respiran con ayuda de mecánica en hospitales de Rusia.
Las autoridades tuvieron que suspender el uso de un modelo fabricado en Rusia, tras dos incendios en hospitales que lo utilizan.
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El impacto del coronavirus en Rusia
El impacto social de la pandemia del COVID-19 en Rusia y del confinamiento están llegando también a otros frentes, como el consumo de alcohol.
El ministro de Sanidad de Rusia, Mijail Mourashko, se declaró partidario el miércoles de subir la edad legal para la compra de alcohol de 18 a 21 años ante el aumento en su consumo por el COVID-19.
“Desgraciadamente durante este periodo de la pandemia del coronavirus en Rusia, la parte del alcohol en la mortalidad ha empezado a aumentar”; reconoció el ministro ante el parlamento.
A pesar de la reputación de grandes bebedores, los rusos bajaron su consumo de alcohol en un 40% entre 2003 y 2016; según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
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