La actual situación que vive Afganistán tras la toma del país por parte de los talibanes ha generado una preocupación a nivel mundial.
Aunque el grupo fundamentalista islámico ha insistido en que la población “no debe temer”, el miedo y el pánico se apoderan de los afganos, quienes han intentado de diferentes maneras lograr salir del territorio.
Los talibanes afirmaron que sus miembros entrarán a la ciudad en “calma”, no se meterán con la población y aseguran que los militares y empleados del Gobierno deben confiar en que a nadie se le hará daño.
“No está permitido a ningún combatiente entrar en casa alguna o molestar a nadie”, sentenciaron en su comunicado.
Uno de los sectores de la población que más teme por su vida tras la llegada al poder de los talibanes son las mujeres, quienes han tenido que someterse a sus fuertes normas para evitar la muerte.
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Según un reporte de 2001 del Departamento de Estado de Estados Unidos, en 1990 el 70% de los maestros, la mitad de los funcionarios gubernamentales y estudiantes universitarios eran mujeres y el 40% de los doctores en Kabul también.
Además, desde la década de 1920 podían acceder a su derecho al voto y hacia la década de 1960 la Constitución tenía disposiciones vinculadas a la igualdad.
Desafortunadamente la situación cambió radicalmente cuando los talibanes asumieron el poder en 1996, debido a que oprimieron a las mujeres simplemente por “el ‘delito’ de haber nacido mujeres”.
Esto preocupa a millones de personas, quienes consideran que tras el regreso de los talibanes sus estrictas imposiciones sobre las mujeres regresarán.
Los talibanes prohibieron la educación de las niñas en las escuelas y el aprendizaje en casa se toleró en algunas instancias, pero generalmente también se reprimió. Esto quiere decir que las mujeres, que hasta entonces podían estudiar incluso en la universidad, se quedaron sin oportunidades.
Hubo escuelas en las áreas rurales que intentaron seguir funcionando de manera secreta, bajo el miedo de que fueran descubiertas. A las mujeres también se les prohibió, salvo a algunas excepciones (por ejemplo, los trabajos vinculados a la agricultura en zonas rurales y en algunas instalaciones de salud), trabajar fuera del hogar.
En 1997 los talibanes decidieron que hombres y mujeres debían ser atendidos en diferentes hospitales y se le prohibió a todas las féminas trabajadoras de la salud desempeñar sus tareas en los 22 hospitales de Kabul, de acuerdo a un artículo publicado en el American University Washington College of Law.
Solo se permitió atender mujeres en un centro médico que tenía 35 camas y en donde no había agua limpia, electricidad ni equipamientos para realizar diagnósticos y cirugías.
Además, en la mayoría de los hospitales, los médicos hombres solo podían examinar a una paciente mujer si estaba completamente vestida, excluyendo la posibilidad de un diagnóstico y un tratamiento adecuado. Es decir, los doctores no podían levantarles el burka ni mirar o tocar el cuerpo a las mujeres.
El burka ya existía en Afganistán desde antes de la llegada de los talibanes, pero lo usaban algunas mujeres por su elección y no era obligación; en las ciudades muchas de ellas simplemente se cubrían la cabeza con pañuelos.
Con el régimen de los talibanes, el burka, una prenda que cubre desde los pies hasta la cabeza, incluidos los ojos que quedan cubiertos detrás de una malla, se volvió obligatorio. Aquellas que no lo usaran debían someterse a multas y golpes.
Como si esto fuera poco, las mujeres tienen prohibió usar maquillaje, esmaltes de uñas y tacones o zapatos que hicieran ruido, debido a que esto podía provocar a los hombres.
Las mujeres no podían salir en público si no estaban en acompañadas de un hombre de la familia, ya sea el padre, hermano o esposo. Esta regla no tenía excepciones, ni siquiera si las féminas necesitaban ir al médico.
Por otro lado, las mujeres tampoco podían manejar ni tomarse un taxi sin compañía de un hombre. Solo podían transportarse en autobuses especiales con las ventanas pintadas para que nadie pudiera verlas de fuera.
En tales autobuses, el conductor estaba separado por una cortina y los encargados de cobrar los boletos a las mujeres eran niños menores de 15 años.
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