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Así son los imponentes diques con los que Japón busca protegerse de la amenaza de un tsunami

Japón conmemora una década de la triple catástrofe que marcó al país el 11 de marzo de 2011, en donde un poderoso terremoto sacudió gran parte de su territorio provocando un devastador tsunami y un accidente nuclear.

El gigantesco tsunami fue el principal causante de los 18.500 muertos y decenas de desaparecidos. Olas tan altas como edificios azotaron la costa del noreste de Japón poco después de que se registrara un terremoto de magnitud 9,0 grados, siendo uno de los más fuertes de la historia del planeta.

A estos eventos, le siguió un accidente nuclear en la central de Fukushima la cual terminó inundada afectando a los núcleos de tres de los seis reactores dejando ciudades enteras inhabitables durante años debido a la radiación.

Lo de Fukushima es considerado el segundo peor accidente nuclear en la historia del mundo desde el de Chernóbil (Ucrania) en 1986.

Precisamente, ciudades como Taro tenían unos diques supuestamente capaces de sobrevivir a casi todo lo que el mar podía llevar a la costa, hasta que el tsunami de 2011 los destruyó por completo.

Una década después del destructivo tsunami provocado por uno de los más potentes terremotos de la historia, la lección para muchas ciudades costeras ha sido: hay que construir más alto.

Esta política ha dejado un legado de cemento a lo largo de cientos de kilómetros en la costa nororiental de Japón, con la excepción de algunas comunidades que han rechazado poner puertas al mar.

Antes de 2011, los habitantes de Taro creían que estos muros soportarían cualquier cosa. “Taro había construido una ciudad perfecta para prevenir desastres”, indicó Kumiko Motoda, una guía local.

Ver más: Japón conmemora 10 años de la triple catástrofe: un potente terremoto, un tsunami y un accidente nuclear

La ciudad empezó a construir diques en 1934, después de que la arrasaran los maremotos de 1896 y 1933, los cuales tenían unos 10 metros de altura y una longitud de 2.4 kilómetros.

Estos diques fueron denominados como ‘La Gran Muralla’ y contaban con 44 salidas de evacuación que garantizaban que las personas tuvieran unos 10 minutos para ponerse a salvo.

Sin embargo, los imponentes 16 metros de la ola que llegó el 11 de marzo pasó por encima de los diques y los destruyó al tiempo que arrastraba casas y vehículos provocando la muerte de 140 residentes y la desaparición de 41 personas.

Después de este gran desastre, el gobierno de Japón pidió a las regiones costeras que contemplaran la construcción o reconstrucción de los muros para lo que destinó 1,3 billones de yenes (12.000 millones de dólares).

En ese sentido, estas ciudades costeras cuentan en la actualidad con unos 430 kilómetros de barreras, de las cuales un 80% están terminadas para enfrentar la latente amenaza de la naturaleza de un terremoto y un posible tsunami.

Unas imponentes murallas

Las estructuras de los gigantescos diques han modificado el paisaje costero impidiendo ver el mar en algunos tramos de las ciudades de Japón.

Por ejemplo, en Taro las murallas miden 14,7 metros de altura y dos kilómetros de longitud por lo que los habitantes tienen que estirar el cuello para poder ver la parte alta. Además, para ver el océano tienen que subir más de 30 escalones de una escalera que parece dirigirse directamente al cielo.

Los expertos consideran que los diques cumplen dos funciones: actúan como rompeolas y reducen los daños, además permiten ganar tiempo a la gente para la evacuación.

Japón conmemora una de las tragedias naturales más grandes de la historia. Foto: AFP

El profesor de ingeniería civil y medioambiental de la Universidad de Waseda, Tomoya Shibayama, aseguró que unos pocos minutos pueden cambiar todo cuando se trata de eventos naturales de esta magnitud.

“Hubo muchos momentos (en 2011) en que estos pocos minutos cambiaron la suerte de la gente”, explicó Shibayama.

En ese sentido, las nuevas construcciones tienen bases más anchas y muros internos reforzados para absorber mejor la fuerza de las olas. También se ha adaptado la altura a las olas más altas de los tsunamis más potentes, que suelen ocurrir una vez cada cien años.

Se han mejorado los sistemas de alarma y las simulaciones por computador para rastrear las rutas de evacuación y la deslocalización de comunidades. Aunque las barreras por sí solas no bastan pero son necesarias.

“Siempre hay un riesgo de desastres naturales, aunque se deslocalice a las comunidades. Japón es un archipiélago propenso a los desastres”, reconoció Shibayama.

La experiencia de Taro en 2011 mostró que los diques no son una solución a prueba de fallos pero hubo gente que no pudo salvar sus vidas creyendo que el tsunami no les alcanzaría.

“Sensación de seguridad”

Los historiadores y autoridades recuerdan que un gran terremoto producido solo dos días antes de este desastre había producido una pequeña ola, posiblemente dando una falsa sensación de seguridad.

“Los diques están para hacer ganar tiempo para que la gente pueda evacuar, no para parar un tsunami”, dice Motoda, cuya madre sigue desaparecida tras el tsunami.

De acuerdo con este experto,  los muros tienen como objetivo final que el mar no se trague los cuerpos de las víctimas.

Pero estos diques no están exentos de polémica y algunas comunidades han rechazado quedarse aisladas del mar, independientemente de los riesgos.

El pequeño pueblo pesquero de Mone, en Miyagi, perdió 42 de las 55 casas que tenía en el tsunami de 2011, pero en vez de construir un dique prefirió cambiar de lugar.

“La única forma de proteger nuestras vidas de un tsunami es evacuar a lugares más altos. No importa que haya un dique”, aseguró el productor de ostras Makoto Hatakeyama.

Japón construyó imponentes diques ante la amenaza de los tsunamis. Foto: AFP

El pueblo, que perdió cuatro habitantes en el tsunami, se trasladó a 40 metros por encima del nivel del mar.

Hatakeyama, como muchos pescadores, se dirigió al mar para tratar de proteger su barco. Logró sobrevivir nadando a una isla cercana. Sin embargo, cree que los diques dan una sensación de falsa seguridad.

“No se puede hacer nada con un tsunami… La gente debería entender que vive en un lugar donde hay tsunamis y terremotos”, aseguró este pescador.

Sin embargo, lo que más afecta a la población es perder esa conexión directa con el océano ya que estas imponentes barreras se imponen en el paisaje costero.

“Esta vista, la brisa, la atmósfera… No hay prácticamente nada igual en Japón. El mar es mi identidad, me calma, Es mi casa”, indicó este hombre de 42 años.

De esta forma, Japón conmemora una década del peor desastre natural de la historia reciente pero como es común en su cultura, intenta aprender de las lecciones para siempre mirar con respeto al océano y a las placas tectónicas que siempre se están manifestando en esta zona del Pacífico y que representan una amenaza latente para su población.

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América Digital / Con información de agencias

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