Entre los pasillos del Hospital Juárez de Ciudad de México, justo en el foco del coronavirus del país, se esconden héroes invisibles. Son trabajadores que están junto a médicos y enfermeros en la primera línea de batalla, pero cuya labor pasa más desapercibida.
Manuel Aguirre es uno de estos héroes en México. Es coordinador de camillería. Arriesga su vida para mantener a flote el hospital, aunque no sea receptor directo de aplausos y reconocimientos oficiales. Aun así, no deja de ser coprotagonista de la emergencia y afrontar la devastación que deja la enfermedad.
“Vives muchas experiencias aquí en el hospital. Como ver a cada persona que fallece, o ver la situación de los familiares; a quienes no les dejan ingresar al hospital y lo único que hacen es esperar afuera a que les den informes”, comenta Aguirre.
Aunque esta semana arrancó el plan de reactivación hacia una “nueva normalidad”, persiste la fase crítica del coronavirus en México. Precisamente, ya acumula 97.326 casos y 10.637 muertos confirmados por la enfermedad.
Con 20.217 contagios, el personal hospitalario representa más de uno de cada cinco casos de profesionales médicos contagiados con coronavirus en México. Según el último reporte de la Secretaría de Salud, el 23 % de trabajadores de la salud contagiados no son médicos, enfermeros o laboratoristas.
El Gobierno de México reconoce 271 muertes de médicos por coronavirus. Ciudad de México encabeza la lista con 80 fallecidos, seguido por el vecino Estado de México, con alrededor de 30.
Esta es una situación que “nunca imaginó” Elsa Juana Díaz. Una dietista encargada de la preparación diaria de entre 120 y 150 bolsas con suero para alimentar por sonda a cerca de 35 pacientes con el coronavirus.
“Yo no estaba acostumbrada a ver tantas personas fallecer y eso para mí ha sido un poquito complicado. Y también saber que compañeros míos y también familiares cercanos se han enfermado. Eso para mí ha sido lo más difícil”, relata Díaz desde el área de maternidad reconvertida por la pandemia.
Con 80 % de ocupación general y solo 34 % de las camas de terapia intensiva disponibles, la capital mexicana se consolida como foco rojo a nivel nacional.
Esta saturación impacta a trabajadores de los hospitales de México, que también pueden llevar el título de héroes. Como Víctor Hugo Rosas, quien cada día recoge, con dos compañeros, todas las prendas del área COVID para desinfectarla. Es decir, también arriesgan su vida.
“Es un exceso más de trabajo. Hay que recolectar muchísima ropa, estamos lavando un promedio de tonelada y media en el turno de la mañana. Un promedio de 1.500 a 2.000 uniformes quirúrgicos diarios”, detalla.
Una experiencia similar vive Margarita Martínez, la jefa del comedor, que ahora prepara 600 colaciones especiales al día para los médicos de este hospital en México; quienes además, necesitan energía e hidratación tras jornadas enteras sin comida ni agua mientras atienden a enfermos de COVID-19.
La mujer supera cualquier temor a infectarse de coronavirus para coordinar también las 60 comidas diarias para estos pacientes.
“Ha sido difícil, de alguna manera con miedo, porque todos tenemos miedo, pero al final, si usamos las medidas que corresponden yo creo que no pasa nada”, relata.
Así como en la lavandería y en la cocina, María de los Ángeles Sánchez trabaja con bajo perfil. Ella labora en un pequeño taller en el que repara ventiladores, desfibriladores y tanques de oxígeno.
Sánchez y sus colegas lidian con el incremento de la carga laboral. Coinciden en que lo más difícil es reparar un equipo en un área con pacientes graves por el coronavirus.
“En nuestro trabajo estamos muy relacionados con las enfermedades o ver a los pacientes. Que lleguen en masa y que todos necesiten un equipo médico y atención médica, sí ha sido algo muy fuerte todo este cambio”, manifiesta.
La adrenalina se percibe desde la entrada, donde el guardia Julio Bugarini preserva la seguridad cuando México ha registrado al menos 53 agresiones contra personal médico y 94 afectados directos, según el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).
Aun así, el vigilante trabaja “con orgullo” y no teme por seguridad, sino por el peligro de contagiar a sus hijos y nietos.
“Muy riesgoso. Como veo que está la situación, cada día como que está empeorando más, ya hasta viene uno con miedo”, admite.
Otros optan por aislarse de su familia, como David Hernández, coordinador de limpieza. Lleva dos meses sin ver a sus hijos.
“Ya no existen las rutinas, la rutina la hace realmente la necesidad del servicio, con base en las circunstancias diarias”, declara.
Pero, pese a la crisis, estos héroes invisibles de México coinciden en la satisfacción de ayudar al país a hacer historia.
“Cada persona tiene que poner su granito de arena, y venir al trabajo día con día es poner un poco de ayuda a esta situación”, opina Aguirre, el camillero.
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