Un sorprendente hecho fue registrado por el fotógrafo Glenn Randall en el lago Isabelle en el desierto de Indian Peaks (Colorado), luego de que instalara su cámara cerca de un arroyo para hacer unas fotografías antes del amanecer a finales del mes de agosto.
El experimentado fotógrafo descubrió al revisar las imágenes que el cielo sobre el resplandor dorado y su reflejo en el agua eran de un color violento intenso. Sin embargo, esta misma escena ha sido captada por varios fotógrafos tanto en los amaneceres como en los atardeceres durante este verano y principios del otoño.
Los científicos de la Universidad de Colorado Boulder pudieron evidenciar que este sorprenderte fenómeno tendría relación con la erupción de Raikoke, ya que estos eventos logran bombear unas grandes columnas de dióxido de azufre a la estratosfera, en donde se da un proceso de reacción en el que el gas forma unas diminutas gotas de ácido sulfúrico y agua que es conocido como aerosoles.
En ese sentido, casi al mismo tiempo en que Randall estaba tomando sus fotos, el equipo de científicos atmosféricos utilizó un globo a gran altitud para detectar las partículas creadas por esa erupción en la estratosfera de la Tierra.
“Estas partículas, o aerosoles, dispersan la luz solar a medida que pasa a través del aire, que en combinación con la absorción de luz por la capa de ozono, le da a los amaneceres y a las puestas de sol ese tono púrpura”, explicaron los investigadores.
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El investigador del Laboratorio de Física Atmosférica y Espacial (LASP) y líder del estudio, Lars Kalnajs, indicó que este tipo de fenómenos no deben generar preocupación, pero resaltó que este tipo de fenómenos evidencia el impacto que pueden tener este tipo de erupciones en el planeta.
“Una erupción realmente grande tendría un gran impacto en la humanidad, por lo que es algo para lo que debemos estar preparados. Pero estos cielos púrpuras nos muestran que incluso las erupciones volcánicas aparentemente aisladas pueden tener consecuencias globales”, indicó Kalnajs.
En ese sentido, se cree que estos amaneceres morados estaría relacionados con las emisiones de gases de la erupción del volcán Raikoke el pasado 22 de junio en la península de Kamchatka (Rusia), pero además también pudieron ser influenciadas por la erupción del volcán Ulawun en Papua Nueva Guinea el 3 de agosto.
Los investigadores también explicaron que este tipo de grandes erupciones han sucedido antes con unos efectos en la atmósfera y en el clima del planeta.
Por ejemplo, el Monte Tambora (Indonesia) entró en erupción en 1815 expulsando un volumen histórico de cenizas y dióxido de azufre en el aire, el cual permaneció en la atmósfera, sombreando el planeta e interrumpiendo el clima en todo el mundo.
Los investigadores explicaron que con la erupción del volcán Raikoke se tuvo una verdadera prueba de su poder y la cantidad de material que puede expulsar hacia la atmósfera como ceniza, rocas, gases, entre otros.
Los primeros datos de la NASA daban cuenta que la explosión inyectó gas de dióxido de azufre, que puede conducir a la formación de aerosoles, en la estratosfera de la Tierra, un capa de la atmósfera que comienza aproximadamente a 7.5 millas sobre la superficie.
En ese sentido, el equipo de científicos liderados por Kalnajs buscaron encontrar indicios de esa erupción en la estratosfera, por lo que decidieron lanzar un globo para tomar unas muestras las cuales evidenciaron que algunas capas de los aerosoles erán hasta 20 veces más gruesas de lo normal debido a la erupción del Raikoke.
“Esto hace que te des cuenta de que no tienes que poner muchos aerosoles en la estratosfera para cambiar su composición. Esta fue una erupción volcánica relativamente pequeña, pero fue suficiente para afectar la mayor parte del hemisferio norte”, indicó Kalnajs.
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De acuerdo con el científico, este tipo de cielos púrpuras o morados también fueron registrados en 1991 cuando el Monte Pinatubo en Filipinas entró en erupción.
“El efecto no durará mucho tiempo y es sutil. Necesitará las condiciones climáticas adecuadas y un poco de suerte para detectar el fenómeno. Pero, es un recordatorio de que los científicos deberán estar atentos al próximo Monte Tambora porque sucederá en algún momento, ya sea en un año, cinco años o 100 años”, resaltó Kalnajs.
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