La muerte de George Floyd ha desatado una oleada de protestas en varias ciudades de Estados Unidos que no se habían visto desde hacía mucho tiempo en el país norteamericano.
Las protestas se han venido registrando desde la semana pasada y el presidente estadounidense Donald Trump ha considerado que está influenciada por izquierdistas radicales violentos; pero varios expertos alertan que las cosas no son tan simples.
Decenas de coches policiales destrozados, algunos quemados, agentes heridos, una comisaría en llamas, disturbios violentos frente a la Casa Blanca… Desde hace tres días estas son las imágenes de Estados Unidos que circulan por el mundo entero.
Las escenas de violencia se multiplican de Filadelfia a Los Ángeles, pasando por Washington DC, Nueva York y por Minneapolis, epicentro del movimiento donde George Floyd; un hombre negro de 46 años, murió tras ser arrestado e inmovilizado por un policía blanco que le apretó el cuello con su rodilla, impidiéndole respirar.
Para Trump, es obra de grupos organizados, sobre todo del movimiento de extrema izquierda Antifa; al cual incluirá en la lista de organizaciones terroristas, según anunció.
“Desde un punto de vista factual no es cierto que la mayoría de las personas involucradas en estas protestas o actos de destrucción de propiedad se identifiquen como Antifa o antifascistas. No hay pruebas para sostener esto”, indicó Mark Bray, autor del libro “El antifascismo”.
De acuerdo con el experto, la intención de la derecha y de Trump “es deslegitimizar el movimiento de protesta”, añadió.
Precisamente, Donald Trump está entrando en la fase final de su mandato y en momentos claves para buscar su reelección en la Casa Blanca.
Aunque parte de los enfrentamientos más serios, sobre todo en Nueva York, tuvieron lugar en la noche; tras grandes marchas donde la gente gritaba “¡No puedo respirar!”, las últimas palabras de George Floyd, también hubo violencia a plena luz del día en algunas ciudades.
En Filadelfia, algunos manifestantes que participaron en marchas masivas incendiaron vehículos policiales al mediodía, y en Chicago, otros dieron vuelta un patrullero.
De Chicago a Brooklyn con frecuencia la policía se ha visto sometida a una lluvia de botellas de agua y otros proyectiles; y a veces responde en forma violenta, a palazos, con gases lacrimógenos y balas de goma ante manifestaciones de miles de personas, raras en Estados Unidos.
“La mayoría de las personas que manifiestan no rompen nada, pero el porcentaje de aquellos que están participando o que son comprensivos con [los saqueos] parece ser más alta que de costumbre”, estimó Bray.
Varios funcionarios electos, desde Trump a la alcaldesa demócrata de Atlanta, Keisha Lance Bottoms, denunciaron la presencia de manifestantes venidos de otras ciudades con el objetivo de sembrar el caos.
Melvin Carter, alcalde de Saint Paul, vecina a Minneapolis, afirmó el sábado que un 80% de las personas arrestadas en manifestaciones no residen en Minnesota; aunque más tarde en la jornada se retractó.
Según varios periodistas estadounidenses que consultaron los archivos policiales, la proporción sería en realidad inversa.
El contexto es importante: todo esto ocurre en el marco del mayor confinamiento en un siglo; con gran parte de la población en aislamiento desde hace más de dos meses.
Además, se da en la etapa final del gobierno de Donald Trump en donde el mandatario busca su reelección en el mes de noviembre.
“Hay tantas cosas que hacen que Estados Unidos sea inflamable en este momento”, destacó la escritora Michelle Goldberg en una columna en el New York Times.
“Un desempleo masivo, una pandemia que ha puesto al desnudo las desigualdades mortales en acceso a la salud y en el plano económico”, enumeró.
“Adolescentes sin mucha ocupación, violencia policial; extremistas de derecha que sueñan con una segunda guerra civil y un presidente siempre listo a arrojar gasolina sobre cada fuego”.
En sus numerosos tuits, Trump solo ha mencionado las manifestaciones para denunciar la violencia y acusar a los gobernantes locales de mano blanda; nunca para reconocer la amplitud del movimiento de las las personas que protestan en Estados Unidos, en su mayor parte pacífico.
En las grandes marchas que reunieron a miles de personas el fin de semana en Los Ángeles y Nueva York, el tono de los eslóganes y pancartas era más duro en general que durante las manifestaciones de 2014 tras la muerte de Michael Brown; un adolescente negro que murió a manos de la policía en Ferguson (Missouri).
La inmensa mayoría de los manifestantes protestó en calma, y algunos se interponían incluso frente a aquellos que participaban en actos de vandalismo, tratando de hacerlos razonar, pero la sensación es la del fin de un ciclo, de un cambio.
“Estoy cansada, estoy harta, ya basta”, dijo Chavon Allen, una madre negra que manifestó en el centro de Houston.
Muchos creen que las personas que protestas en Estados Unidos son ciudadanos de a pie, no politizados; que se congregaron espontáneamente para mostrar su hartazgo contra la violencia policial y el racismo flagrante de la sociedad estadounidense contra los negros.
“Ya no podemos contentarnos con permanecer inmóviles y mirar lo que sucede”, dijo Tyler Geisen, un asistente social de 28 años que manifestó en Minneapolis.
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