En la tumba de Jackie Robinson está grabado un pensamiento suyo a modo de epitafio: “Una vida solo vale la pena si tiene impacto en otras”. Si ese es el caso, la existencia de Robinson, aunque efímera, sirvió de mucho.
Su porfía para convertirse en el primer jugador de raza negra en el beisbol de las Grandes Ligas logró una transformación que impactó a la sociedad. Los ecos del estremecimiento que provocó su cruzada retumban hoy, 73 años después de su debut con los Dodgers de Brooklyn el 15 de abril de 1947.
A diferencia de lo que ocurrió con el Muro de Berlín, que se desplomó de un solo jalón, el desmantelamiento de la barrera racial en las Grandes Ligas fue un proceso paulatino. Diez años luego del advenimiento de Robinson, los Medias Rojas de Boston, que representan a la capital académica e intelectual de los Estados Unidos, todavía se negaban a tener peloteros afroestadounidenses en sus filas. Y no hubo un mánager negro en las mayores sino hasta 1975. Otro Robinson, por cierto: Frank Robinson.
Pero el boquete que abrió Jackie Robinson en la ignominiosa pared segregacionista la condenó a su inexorable demolición.
Ser el ariete que derribara la muralla racial requería temple. Exigía carácter. Demandaba coraje. No era una misión para cualquiera. Robinson recibió insultos, amenazas de muerte, vejámenes y humillaciones.
Y no sucumbió.
El espíritu rebelde de este nieto de esclavo pudo más que el odio y los prejuicios. Por eso este 15 de abril, si hubiera temporada de MLB, todos los peloteros estarían usando el número 42 en su memoria.
Es una cruel ironía que este hombre con voluntad de acero haya tenido una salud quebradiza. Jackie Robinson fue diabético, hipertenso, cardiópata y artrítico. No tuvo mucho tiempo y supo usarlo. No solo para su bien, sino a beneficio de las mejores causas humanas. Fueron solo 56 años en la tierra, pero de enorme provecho para la especie humana.
Otra gran paradoja encierra el símbolo en el que se convirtió Jack Roosevelt Robinson. 73 años después de luchar a brazo partido para que los afroamericanos pudieran jugar beisbol de Grandes Ligas, son los jóvenes de raza negra los que desdeñan a MLB. Los atletas afroestadounidenses prefieren jugar baloncesto y fútbol americano. El dinero fluye más rápido en la NBA y la NFL.
El año pasado, menos del ocho por ciento de quienes jugaron en la Gran Carpa eran de raza negra. Esa tasa llegó a ser de casi 20% a principios de los ochenta. Más paradójico aún: el año pasado los Dodgers, la franquicia de Jackie Robinson, usaron casi cincuenta jugadores durante la temporada. Ninguno era afroestadounidense.
Pero nada de esto eclipsa la gesta de Jackie Robinson. Él cruzó el umbral y abrió las compuertas a aquellos que quisieran seguirlo. Y hoy en día el racismo es apenas reminiscencia de un oscuro pasado para las Grandes Ligas.
Se lo deben a él, al nieto de esclavo, al soldado, al universitario, al héroe que le declaró la guerra a la iniquidad y la ganó. Como Moisés, separó las aguas del mar para que su pueblo pasara hacia la tierra prometida, mas no pudo entrar en ella. A su muerte, en 1972, el racismo aún era palpable en el beisbol. Hoy es solo miseria de algunos individuos.
Sí. La vida de Jackie Robinson valió la pena. Puede descansar en paz bajo su epitafio.
Carlos Valmore Rodríguez
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