De cabello blanco y con un par de arrugas que dan cuenta del mapa que ha recorrido por la vida, la abuela Telma Bordone se sienta cada mañana a medir y cortar las telas con las que fabrica sus tapabocas. En medio del coronavirus y con 96 años de vida, solo le importa poder ayudar a salvar a los habitantes de su pequeño pueblo en Argentina.
Mientra fabrica los tapabocas, la abuela Telma sonríe, a pesar de la crisis que enfrenta el mundo por el coronavirus, sonríe; a pesar de sus cataratas, sonríe. Quizás, los bonitos recuerdos de su vida la invaden y le ayudan a estar agradecida y, así, poder ponerle una buena cara a la emergencia.
Los beneficiados de sus bordados son las personas del hospital de su pequeño y amado pueblo 9 de julio, Argentina, donde cumple con el aislamiento obligatorio.
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En la unión de cada hebra que teje, sin duda, también ve reflejada la unión que tiene con quien es considerada como su hija, de 40 años, Roxana Grimaldi, el mayor motivo de sus sonrisas diarias.
Para el amor y la amistad no existe edad
Fue en 1985, cuando se fabricó la primera imagen que tiene Roxana de su querida Telma.
Roxana de 6 años llegó por esa época a la localidad del 9 de Julio, en Buenos Aires, junto con su familia, quienes en busca de la calma y la tranquilidad que la ruralidad les puede dar, dejaron el caos de la capital.
Un día, en esos en los que Roxana quería hallar algo realmente sorprendente de su nuevo barrio, vislumbró la casa de su vecina: un lugar rústico, contrastado con bellas y abundantes flores y, según ella, con muchos misterios por descubrir.
¿Quién vivía allí? La intriga invadió a la pequeña Roxana, quien no aguardó un solo instante para treparse por la pared. Y ahí estaba ella saludándola desde su jardín: doña Telma, que para entonces tenía 61 años, con su cabello blanco como la nieve.
Sí, fue hace 35 años cuando ni Roxana ni Telma sabían del inicio de una amistad bondadosa llena de amor puro.
“Ella no me encontró, yo la encontré a ella”
Telma vivía completamente sola. Su esposo se había ido de este mundo terrenal desde hace muchos años y su único hijo vivía demasiado lejos.
La situación por la que estaba atravesando Telma era compleja. No tenía dinero y, por lo contrario, la economía en su vida le estaba sacando más canas que la misma edad.
Pero eso no importaba. Roxana disfrutaba pasar su tiempo y su infancia con la abuela Telma. De hecho, no se sabía quién disfrutaba más, si doña Telma que era encantada invirtiendo su tiempo para tejerle gorros y bufandas de colores y vestidos para las muñecas de colección de Roxana. O la pequeña, quien era encantada con los obsequios de la abuela Telma y las galletas recién horneadas que le preparaba.
“A medida que crecía, me daba cuenta de las necesidades que tenía. Hubo un tiempo en que dejó de tener servicios básicos, como la luz”, recuerda Roxana.
La abuela otra vez en soledad
Era de no creer, la relación tan cercana que entre Roxana y Telma se había tejido. Pero tal vez, uno de los miedos de doña Telma se empezó a hacer realidad: Roxana creció y tendría que tomar una nueva dirección.
La abuela Telma y Roxana siguieron compartiendo hasta el final de sus estudios secundarios, cuando un triste hasta luego irrumpió en su relación, pues Roxana se mudó del 9 de Julio.
Aun así, Roxana no dejó de visitar a su querida amiga. “Me casé, tuve mi primera hija, y seguí con mi vida fuera del pueblo por muchos años”, indicó.
Fue así como la abuela Telma nuevamente quedó a merced de la soledad, con una tristeza infinita de no tener a su mejor amiga al lado, Roxana, para siquiera comer un par de galletas juntas.
El tiempo siguió pasando y Roxana, por su parte, quedó nuevamente embarazada, un suceso que le permitió tomar la decisión de regresar al 9 de Julio, donde había sido tan feliz.
Un reencuentro como ningún otro
“Fue cuando empecé a estar más presente en la vida de Telma y me fui dando cuenta de que ella no podía estar sola todo el tiempo”, contó.
La alegría de la abuela Telma fue incomparable, un momento que sin duda alguna permanecerá en la memoria de Roxana.
No obstante, las cosas no pintaban muy bien. A medida que pasaban los años, la abuela Telma también envejecía más, y su cuerpo ya no estaría en las mismas condiciones.
Un profundo dolor de cadera invadía a doña Telma y hasta sus quehaceres diarios le dolían. No podía caminar igual, le costaba mucho trabajo bañarse, vestirse y cocinar.
“Su hijo no puede mudarse con ella, tampoco llevársela con él. Entonces vino una asistente social para meterla en un asilo estatal. Ella no paraba de llorar, no quería irse”, relató Roxana.
En vista de la situación, Roxana le dio aún más valor a su amistad y pronunció aquellas palabras que les cambió la vida a las dos: “se viene a vivir conmigo”.
Oficialmente abuela de los Grimaldi
“Se lo manifesté y ella lo entendió a pesar de que el rancho era su lugar en el mundo. Todo llevó a la conclusión de que si venía a casa iba ser más fácil para mí y más cómodo para ella. Mi esposo me apoyó en todo momento, siempre”.
A partir de noviembre del 2019, la familia Grimaldi tenía un nuevo miembro en su casa. Ya no era solamente Roxana, su esposo y sus dos hijos, sino que oficialmente Telma era la abuela.
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Entonces, le construyeron un cuarto con baño propio en su nuevo hogar, una situación que ha hecho más feliz que nunca a Telma.
“Me hicieron una piecita muy linda, grande, que tiene un baño y tres ventanas. Ella me hace de comer, paso tiempo con su familia, su marido siempre pasa a verme para ver si necesito algo. Son todos como mis hijos”, relató Telma en una entrevista.
“Nos cambió la vida. Tiene una muy buena energía, a pesar de su edad. Siempre está de buen humor y es muy ocurrente. Es el amor que le faltaba a nuestra casa”, asegura Roxana.
Entre naipes y confección de tapabocas
La abuela Telma no pierde ni un instante de su tiempo para regalar solidaridad, razón por la que fabrica tapabocas.
No ve noticias y no escucha la radio porque sabe que allí contarán la terrible situación que enfrenta el mundo por el coronavirus.
Aunque tampoco le teme a la pandemia, porque con certeza responde que “lo que será, será”, la abuela Telma fabrica a diario los tapabocas con los que, anhela, la gente de su amado pueblo 9 de Julio se pueda salvar del virus.
Para ella, la tranquilidad está en su nuevo hogar, donde lo tiene todo y desde donde busca la protección de las personas.
Entre tanto, y mientras transcurre el confinamiento, ella solo se dedica a la confección de los tapabocas y a unas buenas partidas de naipes que juega con su amada Roxana.
“Ella es de lo más lindo y perfecto que hizo la naturaleza. Mi vecina, mi compañera, la que me hace renegar, la que más de una vez me hace escapar algún lagrimón. La que exige, la que pucherea. La que roba mis días, mis horas. La que está al tanto de todo lo que pasa en el mundo. La que nada se le escapa, la que no oye, pero te escucha”, concluyó Roxana.
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