Teñido de color naranja, rojo o carmesí, quién no se ha deleitado con el romántico cielo rojo que a veces se toma los atardeceres en el mundo. Curiosamente, detrás de este fenómeno, que muchos consideran un tanto poético, se esconde la ciencia.
Para entender por qué el cielo se vuelve rojo, la clave está en la ‘dispersión de Rayleigh’, que es la dispersión de la luz visible o cualquier otra radiación electromagnética.
La luz está compuesta de todos los colores del espectro visible: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo y violeta. En ese sentido, el fenómeno del cielo rojo tiene que ver con cómo se dispersa la luz solar cuando atraviesa la atmósfera terrestre. Esto, de acuerdo con expertos, no ocurre de manera uniforme.
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Cada color tiene una longitud de onda diferente, por lo que de allí surge la variabilidad en la tonalidad que vemos reflejada en el cielo. Por ejemplo, el violeta tiene la longitud de onda más corta, mientras que el rojo tiene la más larga.
Asimismo, las tonalidades diversas en el cielo también obedecen a que nuestra atmósfera está compuesta por capas de gases, las cuales incluyen el oxígeno que respiramos y hacen posible la vida. Cuando la luz solar atraviesa por estas capas, cada una con gases de diferentes densidades, se dobla y se descompone como si atravesara por un prisma.
Además, hay partículas suspendidas en la atmósfera que hacen que esa luz descompuesta rebote y se refleje. Así las cosas, cuando el Sol se pone o se va, sus rayos chocan con las capas superiores de la atmósfera en ángulos específicos, dando paso al mágico color rojo, violeta, naranja o carmesí en el cielo.
A medida que los rayos atraviesan las capas superiores de la atmósfera, las longitudes de onda azules se dividen y se reflejan.
“Cuando el Sol se acerca al horizonte, los azules y los verdes se dispersan y nos quedamos con ese resplandor naranja y rojo”, explicó Edward Bloomer, de los Museos Reales de Greenwich, en entrevistas con medios.
Lo anterior acontece debido a que la luz de ondas más cortas, que son la violeta y la azul, se dispersa más que la luz de ondas más largas, es decir, la naranja y la de color rojo, por lo que el resultado de esto es una diversidad de colores en el cielo.
Por otro lado, dependiendo del lugar en el mundo en el que las personas se encuentren, el cielo podrá teñirse de tonos más marcados, gracias a las condiciones locales no solo meteorológicas, sino también relacionadas con las nubes de polvo o el humo, las cuales pueden interferir en la forma en la que se ve el cielo.
En ese sentido, lugares como India, California (EE.UU.), Chile, Australia o en algunos puntos de África, la atmósfera podría contener más partículas que reflejen la luz, dependiendo de las condiciones meteorológicas.
“Se parece un poco a lo que ocurre en Marte, cuando el polvo rojo se eleva en el aire, da la impresión de que el cielo es rojizo”, dice Bloomer.
Pero el fenómeno de dispersión de Rayleigh no solo está relacionado con el cielo rojo, sino que también explica por qué el cielo suele verse más azul al mediodía.
Esto se debe a que durante el mediodía, el Sol está en el punto más alto del cielo. Su luz atraviesa la atmósfera; posteriormente es absorbida de forma intacta y, finalmente, como resultado, da un azul predominante visible.
Sin embargo, el color del cielo puede cambiar dependiendo del clima. Por ejemplo, si llueve mientras el sol brilla, cada gota de agua quiebra la luz en sus diferentes longitudes de onda, creando una dispersión de todos los colores en la atmósfera, lo que da como resultado un arcoíris.
La dispersión de Rayleigh es un principio físico descubierto por el inglés John William Strutt, tercer barón de Rayleigh. Fue la primera persona en explicar por qué el cielo es azul. En su honor, el fenómeno que le da el color al cielo recibe el nombre de dispersión de Rayleigh.
Este principio no solo describe la dispersión de la luz solar en las moléculas del aire, sino que aplica para todas las formas de radiación electromagnética.
La intensidad de la luz dispersada por esas partículas es proporcional al inverso de la cuarta potencia de la longitud de onda de la luz: por lo tanto, cuanto menor sea la longitud de onda, más se dispersará la radiación.
De acuerdo con los expertos, cuando el cielo se tiña de rojo, naranja, violeta o carmesí no es recomdeable observarlo con binoculares o a través de un telescopio, pues podría causar daños irreparables en la visión e, incluso, producir ceguera permanente.
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