El miedo de no volver a ver su familia por el coronavirus; la incertidumbre de perder a sus padres estando tan lejos; y el deseo de estar de nuevo en el calor de su hogar junto a su madre y a su padre a como diera lugar, era lo único en lo que pensaba Juan Manuel Ballestero. Un navegante, socorrista, surfista y argentino aventurero de 47 años, que se enfrentó al océano Atlántico, desde Portugal hasta Argentina, en un velero donde navegó por 85 días.
Guiado por el instinto; que le decía que, si el coronavirus estaba arrasando con cientos de vidas a su paso en Europa, el panorama para Argentina sería más desalentador; no dudó ni un segundo en salir a navegar y cruzar el Atlántico, y hasta los siete mares de ser necesario, solo por estar de nuevo con sus padres.
El confinamiento por el coronavirus le llegó al argentino Juan Manuel Ballestero en Porto Santo, una isla de Portugal. Los países alrededor del mundo, para ese momento, comenzaron a decretar el cierre de fronteras y la suspensión de viajes en avión.
Lo preocupante para este navegante era que su padre Carlos Alberto Ballestero estaba a punto de cumplir 90 años y, bajo ese panorama, todo apuntaba a que no le sería posible hacer parte de la celebración.
No obstante, esto impulsó más a Juan Manuel Ballestero para salir en búsqueda de sus padres. Así que cargó su velero de casi 9 metros, equipó 160 latas de atún, fruta y arroz. El 24 de marzo, oficialmente, zarpó a las aguas del mar y emprendió su viaje para cruzar el Atlántico y así poder reencontrarse en Argentina con su padre Carlos, de 90 años, y su madre Nilda, de 82.
Aunque sus amigos intentaron disuadirlo, Juan Manuel Ballestero solo quería ver a su familia, y esa motivación nadie pudo arrancársela de la mente. El argentino no pensó en los riesgos, y muy seguramente no tuvo en cuenta lo que cualquier marinero analizaría antes de cruzar el Atlántico. Este viaje era un tiquete directo de ida a Mar del Plata, pero sin un regreso claro.
En su pequeño bote llamado ‘Skúa’ solo tenía un radio de alta frecuencia y un sistema de identificación automática, para detectar objetos cercanos. No era un barco sofisticado, pero lo era todo lo que tenía para cumplir su sueño de regresar a casa.
Del otro lado, en Mar del Plata, sus padres, quienes también hacen parte de esta familia de navegantes, sabían y confiaban en que todo saldría bien y que el mar llevaría a su hijo Juan Manuel Ballestero sano y salvo.
Entre los planes de Juan Manuel Ballestero estaba arribar a Cabo Verde, África, para cargar combustible y reabastecerse de alimento. No obstante, el 12 de abril, las autoridades de Cabo Verde le negaron atracar en la isla. Así que cambió su destino hacia el oeste, pero con poco combustible y racionando los alimentos.
“En Cabo Verde las lanchas me chocaban la embarcación para no dejarme entrar a puerto. Me di cuenta de que el mundo había cambiado de una manera drástica para un navegante solitario”, relató Ballestero a AFP.
Luego de que le negaran la entrada a la isla, se vio atemorizado por la luz de una embarcación que aparentemente lo estaba persiguiendo.
No suficiente con eso, el argentino permaneció una semana varado en medio del océano Atlántico. Solo las olas y la corriente de aire arrastraban su pequeño bote.
Además, la soledad, el coronavirus y el estar navegando por tanto tiempo, le generaron un mar de pensamientos y sentimientos que solo complicaban más su hazaña de cruzar el Atlántico.
Juan Manuel Ballestero sintonizaba cada noche las noticias en su radio. Eran 30 minutos de información poco alentadora, que daban cuenta del horror que vivía el mundo por la muerte de cientos de personas a causa del coronavirus.
Esto, sin duda, lo hundió más en la ansiedad, lo que lo llevó a recurrir al whisky para ahogar las amarguras. No obstante, el efecto fue contraproducente y solo aumentó su nivel de estrés. Solo le quedaba encomendarse a Dios en busca de un momento de paz y fortaleza.
La manifestación de sus oraciones llegó luego, cuando una manada de delfines nadó junto a su bote, por unos 3.000 kilómetros. Su aparición le sirvió a Juan Manuel Ballestero para continuar viajando en medio del Atlántico.
La última adversidad de su travesía estaba a punto de llegar. Tras 48 días de viaje, Juan Manuel Ballestero arribó en Vitória, Brasil. Allí, una ola de unos seis metros tumbó el bote, obligándolo a parar de manera imprevista en la capital del Espírito Santo, Brasil, lo que retrasó diez días más su viaje previsto en 75 días.
Finalmente, tras 85 días de travesía, el 17 de junio Juan Manuel Ballestero atracó en el Club Náutico Mar del Plata.
“Entrar por mi puerto, donde mi padre tenía su velero; donde él me enseñó muchas cosas; y donde aprendí a navegar y donde todo se originó, me dio el sabor de la misión cumplida”, dijo Ballestero.
Se le realizó una prueba de coronavirus y luego de 72 horas de espera para conocer el resultado, supo que era negativo. Fue así como pudo ingresar a tierra Argentina.
En Mar del Plata estaban ellos, su madre Nilda, de 82 años, y su padre Carlos, de 90. Un poco angustiados, pero a la vez encantados de ver a su muchacho. Juan Manuel Ballestero no alcanzó a llegar para el cumpleaños 90 de su viejo, pero el argentino sí arribó para celebrar el Día del Padre en el calor de su hogar.
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