Un monasterio budista se ha convertido en un santuario para serpientes, algunas de ellas pitones de más de 5 metros de longitud, que se ven amenazadas por el desarrollo de la ciudad de Rangún, la antigua capital de Birmania.
Más de dos decenas de varios especímenes descansan y recorren dos habitáculos en el monasterio Seikta Thukha del municipio de Mingalardon, en donde el monje Wilarsa creó este refugio en 2015.
El religioso, quien asegura que en 5 años ha liberado en la naturaleza a más de 180 serpientes, explicó que los bomberos frecuentemente acuden al santuario para entregar los reptiles que capturan tras allanar las moradas en la antigua capital.
Rangún, como otras ciudades del Sudeste de Asia, experimenta un desaforado desarrollo que en ocasiones se asienta en zonas arrebatadas a la naturaleza y que son el hábitat natural para muchas especies, entre ellas estas serpientes.
El budista de 69 años explicó que en el monasterio solo pueden cuidar y alimentar a unos 20 especímenes, ya que su mantenimiento supone entre 300 y 400 dólares al mes, por lo cual se adentra en una montaña a unos 45 minutos de trayecto del templo para soltar a las serpientes.
Sin embargo, tras convivir varios años con estas serpientes hay una en particular que el monje no se “atreve” a liberar en el bosque.
“Hija mía, ven”, pronuncia el religioso con su túnica anaranjada mientras agarra gentilmente la cabeza de una pitón hembra de más de 5 metros de longitud bautizada como “Shwesar”, que se traduce como “palabra de oro”.
“Puede morder y tragarse a una vaca grande. Si la libero, temo las consecuencias que pueda tener en el entorno”, aseguró Wilarsa sobre el espécimen de unos 11 años, dos de los cuales los ha pasado en el refugio.
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El monje, que reconoce amar en vez de temer a las serpientes, decidió crear un refugio tras toparse con dos pitones que entraron en el monasterio en 2015, poco después de que finalizara la construcción del edificio religioso, y que se resistían a abandonar el recinto.
Tras estos dos especímenes, otras serpientes acudieron al monasterio, por lo que el religioso decidió construir dos habitáculos para estos enormes reptiles en esta ciudad de Birmania.
“Después de dos o tres años ya no podíamos mantener más serpientes”, indicó Wilarsa, quien también se muestra preocupado por el tráfico de animales, entre ellos la carne de serpientes, en los mercados birmanos fronterizos con China.
El budismo establece que matar seres vivos va en contra de las enseñanzas y prácticas de esta religión, a la cual pertenecen alrededor del 90 % de los 53 millones de habitantes que tiene Birmania.
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