Camino al confinamiento más prolongado del mundo por la pandemia del coronavirus, la capital de Filipinas, Manila cumple este viernes 76 días en estricta cuarentena; marca hasta ahora solo alcanzada por la ciudad china de Wuhan -epicentro del brote-, un encierro excesivo que ha probado ser ineficaz por si solo para contener la curva de contagios.
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Con 13 millones de habitantes, la capital permanecerá en la fase dura de la cuarentena hasta este domingo 31 de mayo, un total de 78 días; y emprenderá la desescalada el 1 de junio para reactivar la economía, mientras la mayoría de las provincias del país comenzaron ya a aliviar el confinamiento semanas atrás.
Cercada por tierra, mar y aire desde el 15 de marzo, la capital sigue siendo el mayor foco de contagios de COVID-19 en Filipinas; donde se concentran el 64 % de los más de 15.500 casos del país, cifra en progresivo ascenso, y el 73 % de las 920 muertes.
ESTRATEGIA INSUFICIENTE EN FILIPINAS ANTE COVID-19
El gobierno de Rodrigo Duterte optó por medidas draconianas y la militarización de su estrategia frente a la pandemia en Filipinas; lo que le ha granjeado críticas de analistas y expertos en salud. Critican el elevado coste económico y social del confinamiento, que debería complementarse con test masivos, rastreo de contactos y aislamiento efectivo de casos positivos.
“Un cierre continuo y prolongado no es sostenible porque ahonda la potencial crisis que se avecina”; señaló a EFE Ronald Mendoza, decano de la Universidad Ateneo de Manila, que elaboró un estudio que compara la respuesta de varios países de Asia frente a la COVID-19 en el que Filipinas no queda muy bien parada.
Vietnam, Taiwán o Corea del Sur son algunos de los ejemplos de éxito en la región en combatir la pandemia; que “lograron contener la curva de contagios sin necesidad de cierres estrictos ni medidas draconianas, minimizando el daño en la economía”, apunta Mendoza.
Cuarentenas selectivas, extensivas pruebas de diagnóstico, eficaz rastreo de contactos y transparencia han sido las claves del éxito en esos países; mientras que en Filipinas la respuesta se ha basado en controles militares, restricción de movimientos y toque de queda, un “modelo tipo ley marcial” que ha abonado el terreno para abusos de derechos humanos, según denuncian grupos civiles.
TEST MASIVOS
Filipinas ha diagnosticado a unas 290.000 personas, el 0,26 % en un país de 108 millones de habitantes; y la Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió esta semana de las deficiencias y lentitud de su sistema de rastreo, lo que multiplica el riesgo de contagios.
“La cifra de casos no está disminuyendo. Filipinas aún no está conteniendo la curva de contagios de coronavirus a pesar de la estricta implementación de la cuarentena”; indicó el representante de la OMS en Asia Pacífico, Takeshi Nishijima.
Filipinas ha realizado unos 2.700 test por millón de habitantes; ratio muy inferior al de vecinos como Vietnam, Tailandia o Malasia, y de países asiáticos de renta baja como Mongolia, Bután o Nepal.
“Aunque en abril el gobierno anunció un plan de hacer pruebas masivas, su capacidad actual se limita a unos 10.000 test diarios, cuando el objetivo fijado era de 30.000; cifra que además no alcanza el grado de masivo”, aclaró a EFE la doctora Minguita Padilla, que aboga por un incremento de las pruebas de diagnóstico para prevenir una segunda ola de contagios cuando se alivie la cuarentena.
HAMBRE Y POBREZA EN FILIPINAS ANTE EL CORONAVIRUS
El habitual trajín y los eternos atascos han desaparecido en Manila, convertida en una ciudad fantasma, sin desplazamientos permitidos ni transporte público; con todos los establecimientos cerrados a excepción de farmacias y supermercados, donde solo un miembro de la familia puede acudir a comprar artículos esenciales.
En la última semana se ha autorizado la apertura de algunos comercios e industrias -al 50 % de su capacidad-; pero dos meses y medio de dura cuarentena han hecho mella en Manila, donde millones de familias pobres soportan la pandemia con el estómago y los bolsillos vacíos.
Un total de 4,2 millones de familias sufrieron hambre durante la cuarentena debido a las dificultades para adquirir alimentos, un 16,7 % de los hogares filipinos; según una encuesta publicada la semana pasada por Social Weather Survey.
Esa cifra duplica los 2,1 millones de hogares que pasaban hambre al cierre de 2019 y es la más alta registrada desde septiembre de 2014; cuando un 22 % de familias padecían ese problema.
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“No sé cuánto tiempo podremos aguantar. Sobrevivimos ayudándonos entre vecinos pero cada día es más difícil conseguir comida”; lamentó Renato Castro, conductor de triciclo del barrio de Malate, donde la cantidad de sintecho en las calles aumenta cada día.
Miles de trabajadores de la construcción procedentes de provincias se encuentran mendigando en Manila; ya que la cuarentena los dejó desempleados, sin dinero ni forma de regresar a casa.
Unos 2,5 millones de filipinos ya han perdido su empleo, aunque esa cifra no incluye a millones de trabajadores informales del país -conductores de triciclos, vendedores ambulantes o empleadas domésticas-, y el Departamento de Empleo vaticina que para fin de año habrá unos 10 millones de nuevos desempleados.
El estricto cierre de Manila será un duro golpe para la economía, ya que la capital representa el 36 % del PIB filipino. El daño ya se ha sentido, la economía se contrajo en el primer trimestre por primera vez desde 1998, al caer un 0,2 %, y se espera que pierda para final de año entre un 2 % y un 3,4 %.
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