En una de las empedradas calles del barrio romano de Borgo, a dos pasos del Vaticano, tiene su negocio el peruano Antonio Arellano, “el zapatero del Papa”.
Arellano fue zapatero del Papa Juan Pablo II y Benedicto XVI. Próximamente, lanzará un libro que resumirá todo su trabajo, el cual ya le regaló al pontífice emérito.
“Es una persona maravillosa”, cuenta Antonio, señalando una fotografía colgada en su tienda donde aparece sentado hace unos meses junto al Papa emérito Ratzinger, en el momento en que le entrega el ejemplar.
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Ha tardado casi cinco años en terminarlo desde que tuvo la idea y de momento lo ha escrito en italiano, aunque tiene planes de traducirlo al español e inglés.
En él cuenta su vida, cómo llegó a Italia, cómo se fue haciendo una clientela entre curas, arzobispos y monjas junto a los muros del Vaticano y cómo llegó a ser el zapatero de Benedicto y de Juan Pablo II.
“Cuento hasta dónde he llegado, porque no es fácil para uno salir de su país a buscar un futuro, y porque siento un gran orgullo de haber creado los zapatos de Benedicto y ser quien arreglaba los de Juan Pablo II”, afirma Arellano de 50 años.
En su tienda y taller, rodeado de zapatos, cinturones, plantillas y otros artículos de calzado, el zapatero rememora desde que empezó a trabajar con los zapatos a los siete años en su Perú natal.
“A los 14 ya era un maestro, hacía 12 pares al día y trabajaba desde las 7 de la mañana hasta la hora que terminara, pero yo quería venir a Italia, que me habían dicho que era el país de los zapatos”.
Por eso, con poco más de veinte años dejó su país y se ubicó en Roma, “sin saber italiano, con plata para 2 o 3 meses”, y empezó a trabajar con un artesano que le dio una semana de prueba, aunque a los tres días ya le dijeron que podía quedarse.
“Me decían bravo, sei forte (eres bueno) y yo no entendía, luego me fui perfeccionando en el trabajo de zapatos de lujo para hombre, pero yo quería montar mi propio negocio, así que reuní plata y busqué en el centro un local, donde ya llevo casi 20 años”.
El zapatero reconoce que al principio fue un poco difícil por ser extranjero, pero indicó que la gente comenzó a visitarlo.
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Uno de los factores que contribuyó en su arranque es que en la zona hay muchas monjitas de Latinoamérica y por la zona se empezó a correr la voz de que había un latino, lo cual generó que padres y monseñores fueran a su tienda y se convirtieran en sus clientes.
De esa forma conoció a Benedicto, que entonces era cardenal, y al que más tarde le confeccionó los famosos zapatos rojos que utilizó como Papa para presidir la beatificación de su antecesor, Juan Pablo II.
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Su tienda, de apariencia modesta, no se diferenciaría en nada de cualquier otro negocio de venta y reparación de calzado, si no fuera por algunos modelos de lujo presentados en los estantes y por las fotografías que adornan sus paredes.
Además de la más reciente, donde Antonio regala su libro “Il calzolaio del papa” a Benedicto, está otra donde le entrega los zapatos rojos o aquella de cuando el pontífice conoció a su familia, donde aparece también su hijo, que ha seguido el mismo oficio.
En otra foto posa con el arzobispo Georg Ganswein, el poderoso secretario del emérito Benedicto.
Y aunque el Papa Francisco no es cliente suyo, en otra fotografía se le ve saludando a Antonio y bendiciendo su anillo de boda después de 25 años de matrimonio.
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La tienda está en el muy concurrido barrio de Borgo, en donde numerosos turistas entran a comprar, y con ellos tienen mucho éxito los zapatos con los colores de diferentes banderas elaborados con una auténtica piel de vaca.
El libro del “zapatero del Papa” aún no está a la venta, solo ha editado unos pocos ejemplares y se espera tener más adelante las versiones en varios idiomas para conocer la historia del hombre que confeccionó los zapatos de los máximos jerarcas de la Iglesia Católica.
Con información de EFE
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