Era martes 11 de septiembre de 2001. Estaba como siempre en la radio venezolana, Éxitos 99.9FM, en los últimos minutos de mi programa radial. Cuando a las 8.46 horas se produjo el primer impacto sobre la Torre Norte del World Trade Center de Nueva York y pudimos verlo minutos más tarde por CNN, ya había terminado mi trasmisión. Recuerdo claramente que pasé por el estudio de la emisora, Actualidad, para enterarme, allí transmitía una conmocionada colega, María Isabel Párraga lo que ninguno de nosotros podía todavía creer.
Unos minutos más tarde, en plena transmisión de la señal en vivo, las cámaras de televisión recogieron en directo la segunda colisión, y siguieron grabando, mientras veíamos gente corriendo, otros lanzándose de los rascacielos en fuego. Humareda, gritos y más escombros, y finalmente, el derrumbe anunciado de los rascacielos.
Fueron dos horas, de aliento contenido frente a la pantalla del televisor. En esos 60 minutos, miles de personas murieron y dos enormes rascacielos que eran íconos del poder y el sueño americano, desaparecieron del paisaje neoyorkino. 19 implicados de un comando de Al Qaeda, estaban tras los ataques, secuestrando a los 4 aviones que se convertirían ese día en armas suicidas. A las 9:39, impactó el tercer avión contra un edificio del Pentágono. Unos minutos más tarde, el cuarto avión cayó en una explanada de Shanksville, en Pensilvania, matando en el acto a todos los pasajeros. Supimos, luego de una investigación, que se había evitado que impactaran en su objetivo, el Capitolio, porque los pasajeros se enfrentaron a los terroristas.
Mis hijos vivían en poblaciones cercanas a Nueva York, su mamá trabajaba en Nueva York. Al llegar a mi casa, me conseguí a Flor, mi esposa, frente al televisor, llorosa, tras conversar y conocer cómo estaba cada uno. Gracias a Dios no nos tocó a nosotros, nos dijimos. Pero sí nos tocó.
A toda la humanidad le tocó. Basta recordar las palabras que pronunciara al mediodía, el entonces presidente de EEUU, George W Bush, quien declaró la “alerta máxima” por un “Ataque terrorista” y afirmó: “El terrorismo contra nuestra nación no sobrevivirá”
Hasta entonces el terrorismo nos parecía a todos, algo lejano, que pasaba en parajes del Medio Oriente o en países demasiado lejanos. Desde ese día entendimos que terrorismo y terror son parte de una misma palabra donde se ahoga el pensamiento.
A las 8:30 pm, desde el Despacho Oval, Bush emitía en un comunicado oficial que : “Hoy nuestra ciudadanía, nuestra forma de vida y nuestra propia libertad han sido atacadas (…) nos mantendremos juntos para ganar la guerra contra el terrorismo”.
Los atentados del 11 de septiembre, fueron la más fuerte señal de una nueva forma de terrorismo que amenazaba ya el orden mundial y del poco entendíamos. Como señala, el escritor español Manuel Vicent, columnista del diario El País de España, en el artículo,“El fanatismo y la tecnología”: “ Las Torres Gemelas derrumbándose ante el mundo entero envueltas en llamas se ha incorporado a la sustancia visual de nuestro tiempo y ya forma parte del catálogo de las hogueras más famosas de la historia junto con la quema del templo de Artemisa, del incendio de la biblioteca de Alejandría, de las cenizas de Constantinopla, del fuego del Reichstag, de las calabazas de Hiroshima y Nagasaki y del napalm de Vietnam. Si el siglo XX terminó con la caída del muro de Berlín, el atentado que abatió las Torres Gemelas dio la entrada al siglo XXI. Las eras de la historia las marcan los grandes sucesos, no los calendarios. Continúa el escritor valenciano: …”El ataque a las Torres Gemelas fue la presentación ante el mundo del fundamentalista explosivo dispuesto a inmolarse por un ideal. En el terrorista suicida ha hecho síntesis el odio y la química, la miseria y la electrónica, la crueldad y la informática, el fanatismo religioso y la alta tecnología.
Desde el atentado de las Torres Gemelas el terrorismo se ha convertido en un virus sin vacuna posible, que ha cambiado para siempre nuestro estilo de vida”. Dice Vincent: “En la película 2001: Una odisea del espacio, de Stanley Kubrick, que se ambientó en el mismo año de la caída de las Torres Gemelas, aparece la famosa imagen del orangután que sacude con furia el esqueleto de un animal muerto. Después de varios golpes un hueso salta por los aires, rueda por el espacio y se convierte en una nave espacial. No está claro si esta imagen simbólica expresa el nacimiento de la civilización o su derrumbe final. Dice Schopenhauer: “El hombre no desciende del mono; al contrario, evoluciona hacia mono. En 2001, año del segundo milenarismo, en que el fanatismo religioso derrumbó las Torres Gemelas, se descifró el genoma humano. Tal vez desde entonces el terror difuso lo llevamos
en nuestro código genético con el pánico incorporado”.
Esto ocurrió hace 19 años y ese terror ha servido a muchos para alimentar ideologías y polarizar sociedades enteras. Todavía debemos hurgar en las cenizas para conseguir, mucho más que miedo.